El gran salón de la enorme casa se hallaba repleto de los más selectos invitados, se celebraba un gran baile de máscaras.
Los disfraces eran de lo más grotesco, abundando lo extraño, lo terrible y lo repelente.
La música de la orquesta fluía sin cesar, en medio de palabras, risas y carcajadas. El alcohol era el rey que animaba la fiesta y el baile era el complemento perfecto.
Una fiesta de máscaras es ideal para que se desaten las más bajas pasiones, ocultando las verdaderas intenciones y deseos.
En aquella vorágine todo es alegría y diversión, hasta que suena un terrible grito procedente del jardín, de inmediato se produce un gran silencio entre
la multitud, entregada hasta ese momento a la fiesta.
Los más cercanos al jardín corren hacia él y encuentran a una mujer muy pálida, terriblemente asustada, con lágrimas en sus mejillas y las ropas de su disfraz desgarradas. Sollozando les indica una dirección hacia un sendero.
En tan solo unos minutos encuentran a un personaje de lo más siniestro sentado tranquilamente en un banco.
Una vez conducido al salón del baile, es rodeado por todos los participantes a la fiesta, mostrándose impacientes por desvelar lo antes posible la identidad de quien se oculta tras esa máscara blanquecina y cadavérica.
Nadie se atreve a dar el primer paso, mientras tanto aquella figura de pesadilla, toda vestida de negro, permanece impasible.
Es cuando aparece el anfitrión y decidido pone sus manos en la cara e intenta arrancarle la máscara, pero no lo consigue, lo intenta de nuevo, pero nada, no hay forma de desprenderla, en ese momento todos retroceden angustiados, comprendiendo que máscara y cara son la misma cosa.
Narciso del Río
1 comentario:
Publicar un comentario