En aquella vorágine todo era alegría y diversión, hasta que suena un terrible grito procedente del jardín y de inmediato se produce un gran silencio entre la multitud, entregada hasta ese momento a la fiesta. Los más cercanos al jardín corren hacia él y encuentran a una mujer muy pálida, terriblemente asustada, con lágrimas en sus mejillas y las ropas de su disfraz desgarradas. Sollozando les indica una dirección hacia un sendero. En tan solo unos minutos encuentran a un personaje de lo más siniestro sentado tranquilamente en un banco.
Una vez conducido al salón del baile, es rodeado por todos los participantes a la fiesta, mostrándose impacientes por desvelar lo antes posible la identidad de quien se oculta tras esa máscara blanquecina y cadavérica.
Nadie se atreve a dar el primer paso y quitarle su grotesca máscara. Mientras tanto aquella figura de pesadilla, toda vestida de negro, permanece impasible.
Es cuando aparece el anfitrión y decidido pone sus manos en la cara e intenta arrancarle la máscara, pero no lo consigue, lo intenta de nuevo, pero nada, no hay forma de desprenderla, en ese momento todos retroceden angustiados, comprendiendo que máscara y cara son la misma cosa.